viernes, 5 de febrero de 2010

Río

Lo que los pocos que sobrevivieron contaron era algo realmente extraordinario. Cuando los pocos hombres y mujeres que habían salvado sus vidas del naufragio estuvieron ante las cámaras dejaron testimonio de sus azares y sus padecimientos ante la atenta y morbosa mirada de toda la ciudad. Pero sólo de un modo anecdótico, casi informal, se pararon para escuchar a una anciana que afirmaba algo que me produjo  la verdadera conmoción. Según ella, mientras la gente se veía obligada a caer en el Amazonas y ser devorada por los yacarés o seguir luchando a muerte por una plaza en la cada vez más pequeña cubierta, un hombre consiguió llegar a la orilla. Llevaba una maleta negra que nada más llegar abrió para sacar una trompeta. Y de pronto la anciana lo dejó de ver, atravesó la espesura y de él sólo quedó un leve sonido de jazz que se ahogaba entre la selva y los gritos de muerte de los naúfragos.