La luz agonizante de la última tarde romana se mezclaba con el aroma de pino y hacía de la ciudad que aloja al Papa algo insultantemente sensual; quizás por aquella razón, el joven seminarista mal afeitado se dejó seducir un momento por la insinuante gasa del vestido de aquella mujer bronceada y no vio venir el coche.
En su bolsillo encontraron un rosario y una postal.
Querida madre,
Ya llegamos con el resto de seminaristas a la ciudad de los caminos. Pronto nos llevarán a la residencia en el Vaticano y si hay suerte podremos ver Su Santidad el domingo en la misa de San Pedro, aunque sólo sea de lejos. Te escribo en un descanso tras el rosario y pronto cenaremos para continuar mañana con los ejercicios espirituales.
Espero que todo vaya bien por Ayacucho.
Tu hijo que te quiere,
Luis Fernando.