Viejos, gente que fue antes de mí,
gentes que seremos,
viejos que también vendréis,
porque lo haréis.
Sabed que esta es mi carta de amor,
mi testimonio de quien se siente viejo,
aunque todavía pueda serlo de nuevo,
aún otra vez.
Somos nosotros, vuestros mejores amigos,
vuestros mejores amores.
Sabed que seremos nosotros,
- como vosotros fuistéis y otros se jactan de ser-
quienes hablemos de qué hicistéis,
y sobre todo de cómo.
Y al mismo tiempo otros haremos,
que digan qué fuimos,
y sobre todo cómo.
Viejos, amigos, preludio,
miradnos porque somos realmente
vuestro testimonio,
vuestra marca en el mundo
-la que grite con pasmosa evidencia
que fuistéis
y que fuimos todos.
Nosotros somos esa salvación al tiempo,
¿es que no lo véis?
Podrán buscar la trascendencia de muchas formas,
pero la tienen en la cuna,
al lado de la rutina y de la cocina fría de las madrugadas.
Viejos,
quizás nosotros hubiéramos sido los mejores amigos,
los mejores amantes;
sabed, sabed que podría ser así,
aunque no lo es.
Y sabedlo para vivirlo en toda su intensidad,
no para ver en nosotros
sino a quienes os dirán
os reharán,
y os completarán en los aciertos y en los errores,
hasta que otros nos digan, hagan y completen
a su vez
y así por siempre, y así una vez más,
siempre tan intensa como si hubiera habido una primera.