lunes, 31 de mayo de 2010

Flotilla de la Paz

La comida no es bombas,
los medicamentos no son fusiles,
la ropa no es ideología.

Y sin embargo matan diciendo
que son ideología,
que son fusiles,
que son bombas.

Y no se esquivocan, porque
su violencia, sus fusiles, sus bombas,
han termimado por transformarlo todo en ideología,
no sólo la comida, los medicamentos o la ropa,
sino el mismo color de la piel, los ojos, las entrañas,
la carne toda.

Y por eso la rajan, la estallan en pedazos, la hieren,
porque sólo así es posible
que ropa, comida y medicamentos,
no puedan nunca dejar de ser ideología.

jueves, 15 de abril de 2010

#4

La verdad es que no hay verdad...o viceversa

viernes, 5 de febrero de 2010

Río

Lo que los pocos que sobrevivieron contaron era algo realmente extraordinario. Cuando los pocos hombres y mujeres que habían salvado sus vidas del naufragio estuvieron ante las cámaras dejaron testimonio de sus azares y sus padecimientos ante la atenta y morbosa mirada de toda la ciudad. Pero sólo de un modo anecdótico, casi informal, se pararon para escuchar a una anciana que afirmaba algo que me produjo  la verdadera conmoción. Según ella, mientras la gente se veía obligada a caer en el Amazonas y ser devorada por los yacarés o seguir luchando a muerte por una plaza en la cada vez más pequeña cubierta, un hombre consiguió llegar a la orilla. Llevaba una maleta negra que nada más llegar abrió para sacar una trompeta. Y de pronto la anciana lo dejó de ver, atravesó la espesura y de él sólo quedó un leve sonido de jazz que se ahogaba entre la selva y los gritos de muerte de los naúfragos.

martes, 29 de diciembre de 2009

A los viejos


Viejos, gente que fue antes de mí, 
gentes que seremos, 
viejos que también vendréis, 

porque lo haréis.

Sabed que esta es mi carta de amor, 
mi testimonio de quien se siente viejo, 
aunque todavía pueda serlo de nuevo, 

aún otra vez.

Somos nosotros, vuestros mejores amigos, 
vuestros mejores amores.
Sabed que seremos nosotros, 
- como vosotros fuistéis y otros se jactan de ser-
quienes hablemos de qué hicistéis, 
y sobre todo de cómo.
Y al mismo tiempo otros haremos, 
que digan qué fuimos, 
y sobre todo cómo.

Viejos, amigos, preludio, 
miradnos porque somos realmente 
vuestro testimonio, 
vuestra marca en el mundo
-la que grite con pasmosa evidencia
que fuistéis
y que fuimos todos.

Nosotros somos esa salvación al tiempo, 
¿es que no lo véis?
Podrán buscar la trascendencia de muchas formas, 
pero la tienen en la cuna, 
al lado de la rutina y de la cocina fría de las madrugadas.

Viejos, 
quizás nosotros hubiéramos sido los mejores amigos, 
los mejores amantes;
sabed, sabed que podría ser así, 
aunque no lo es.
Y sabedlo para vivirlo en toda su intensidad, 
no para ver en nosotros 
sino a quienes os dirán
os reharán, 
y os completarán en los aciertos y en los errores,
hasta que otros nos digan, hagan y completen 
a su vez

y así por siempre, y así una vez más, 
siempre tan intensa como si hubiera habido una primera.

martes, 8 de diciembre de 2009

Gato

Tarde monótona. El tiempo no pasa, sólo se limita a estar ante mi, a ser como la mesa o como la taza de los lapiceros, a ser estático, pesado, plomizo. El único movimiento es el vaivén de la cola del gato. Él marca los tiempos ahora; él es quien dice el ya, el ya no, ahora, después. Frente a él, todo un mundo esperando cada nuevo coletazo. Y cada coletazo más y más cerca de la taza de los lapiceros. No pasa nada, nada se mueve, nada tiene respiración salvo el gato. El gato y su vaivén. Ahora lo ha tocado, una, dos y otra vez más. Cada nuevo coletazo roza la taza y la va acercando cada vez más al borde de la mesa. Ahora el tiempo ya no sólo lo marca el vaivén del gato, sino también la taza. O mejor, la distancia que la separa de una caída segura. Y eso me produce una cierta sensación de predicción de lo inevitable, de incapacidad y en consecuencia de angustia. Se va a caer. Casi sería capaz de decir cuántos coletazos faltan y entonces habrá un instante de silencio y luego todo habrá terminado para volver a comenzar más tarde. Todavía queda un poco, pero parece que el gato da sus coletazos como si el siguiente fuera el primero, o por tanto, también el último. Le deben quedar dos coletazos, tres a lo sumo. Y el resto del mundo sigue como paralizado ante semejante inacción, ante el siniestro vaivén. Yo no puedo sino esperar a que la taza caiga, pero esa certidumbre, esa absurda espera ante algo seguro me hace sentir cómplice. Me angustia aún más. Casi llevo un minuto sintiendo en mí la destrucción de la taza. Ese oscuro deseo cubierto de pánico que supone la idea de la desintegración, de la descuartización del cuerpo. Estallar en pedazos. ¿Qué me impediría espantar al gato y poner de nuevo la taza a salvo? No. Sé que no lo voy a hacer. La tarde es monótona y eso implica una regla intocable de imperturbabilidad. Soy yo mismo el que me impido salvar la taza. Es quizás ese deseo mío de mantener la angustia de su inminente estallido contra el suelo; deseo mezclado de temor y seguridad. La tarde es monótona pero yo he conseguido una sensación más que personal con una taza, ¿por qué debería renunciar a algo tan intenso? Otro coletazo. Ya no debe quedar sino uno más y entonces todo será un después. Un más tarde de este momento en el que todo está quieto y sólo se mueve la cola del gato en un arco majestuoso que se va acercando a la taza mientras mi dolor va creciendo más y más y más. Paf. 

Puto gato.

sábado, 31 de octubre de 2009

Extraordinario

Hubo una vez un Ser, 
un Ser extraordinario.
Se trataba de algo
tan bello, tan violentamente armónico,
que conseguía arrancar
de lo más profundo de la entraña 
las más cándidas imágenes, unidas a los más ardientes deseos.
Extirpaba de las almas el leve susurro de los armónicos, 
las eternas y perfectas ideas,
penetradas por el abismo de lo terrible
y los hacía exhalar repentina y bruscamennte en un terrible orgasmo.

Tal era el poder se este maravilloso Ser.

Y llegó el momento en que incluso él
comió de su veneno; y soñó, 
y deseó poseerse, 
y como se poseía, 
enloqueció acunado en su delirio.
Y nadie se dio cuenta.

Y cada vez más seres, 
de todas partes, 
de todas direcciones, 
venían a verlo, a olerlo, a creerlo,
a embriagarse de su infinito efecto,
a sentir una erupción desde su adentro más último,
y unirse a la eterna carcajada que sube
espiral
hacia las estrellas 
y baja al mismo tiempo
como plomo
hacia los más bajos y últimos fondos.


Y así fue como se pasó a negar la abulia 
lo anterior dejó de contar, 
y comenzaron los seres a negarse a sí mismos;
perdieron lo oscuro 
para cegarse con lo claro;
y por primera vez se vomitó la palabra Bien, 
y se odió a la palabra Mal.

Y este Ser nada quería de eso. 
y no pudo evitar que el resto
comenzara a negarlo a él también.

Y fue de esta manera como comenzó su desmebramiento, 
su tortura, 
su desintegración analítica y sádica.
Sus miembros, su torso, su cara,
todo, 
todo fue destruído
hasta conseguir hacerlo sublime.
Pero peor fue el destino de su alma, 
bajo el peso de lo claro, 
fue despedazada en lo oscuro, 
hasta conseguir partirla 
y hacer que
ya nunca
existiera más. 


Y este fue el destino de aquel Ser extraordinario,
que una vez hubo.






viernes, 30 de octubre de 2009

Conclusos

Y qué ciegos estábamos, 

andábamos por las calles
guiados por farolas, 

               y creíamos que eran el sol.

Y usábamos gafas, 
para vernos mejor, 
y en realidad sólo poníamos más barreras.

Y depurábamos las palabra y creábamos ministerios
y propugnábamos la igualdad.

Nos creíamos la historia, 
y quisimos incluso habernos salido ya de ella,
sin saber que la historia también, 

sobre todo

se hace hacia delante, 
no sólo se recuerda.