domingo, 29 de marzo de 2009

#3

Dejarle flores de plástico a un muerto
Es sólo recordarle tu ausencia. Por siempre.

#1

Se subió a una silla para alzar su voz sobre el resto,
habló, gritó, aulló
y aún le dio tiempo a reconocer que era imbécil
conforme caía al suelo y ya los cerdos voraces se acercaban.

Charla con un árbol sobre el amor

Se decidió un día
que el amor iba a ser frágil;
el barro, del que salió todo
le encargó a la primavera
la tarea de ponerlo sobre cuatro columnas,
alto, delicado, difícil,
para que todo aquel que lo probase
tuviera vértigo.
Y por tanto, un oscuro deseo de destrucción,
una atracción por el abismo
se hace hueco como una estaca
clavada en nuestra entraña.

Sólo los ciegos viven arriba,
sólo los ciegos lograron sacarse la estaca,
sólo ellos no piensan nunca en la caída,
sólo ellos son felices allá.

El resto, tristes,
tenemos miedo al vacío y
con el tiempo,
vamos acercando nuestros pies
al infinito escalón,
hasta que un día
perdemos el borde y
tropezamos,
caemos,
llegamos al suelo,
y esa es nuestra triste verdad.

Los invisibles

* * *

“Hubieron de admitirlo, pero no les gustó nada. En la vida lo habían conseguido todo; todos sus objetivos cumplidos, saciadas todas sus ambiciones, copadas todas sus pasionales obsesiones e impuestas sus arbitrarias decisiones. Los poderosos siempre fueron así. Siempre hubo una casta impostora, un grupo imponente o una figura impuesta; nunca faltaron los líderes en esencia, los pastores, los cabecillas. Nunca.

Sin embargo, sólo les faltó una cosa. Un único e insignificante detalle se les resistió. No eran invisibles, no eran inmortales, no eran esencialmente diferentes a aquellos de los que se destacaban, de aquellos a quienes pretendían guiar. La materia, la temporalidad, la contingencia, en suma, les sentaba muy mal a los poderosos. Fue de esta forma como aparecieron las grandes delegaciones. Hablamos, claro está, de dioses y ministros de la deidad. Hablamos de emperadores endiosados, de imperios sacrosantos, de reyes por derecho divino. Hablamos de poderes que emanan de la esencia divina; pero sin embargo esa fue precisamente su más profunda cicatriz. El poder emanaba de la esencia divina de igual forma en que emana la pestilencia de la mierda. No había más salida que pasar a ser la consecuencia temporal de un absoluto inaccesible y eso siempre les frustró.

La cicatriz de la consecuencia se abría de vez en cuando y supuraba por ella toda la rabia contenida en la arrogancia de seres tan imprescindiblemente innecesarios como cualquier otro. Fue de esta forma como poco a poco fue preciso abandonar las falacias, las religiosidades, los dioses y las penumbras, en virtud de la luz esclarecedora de la Razón Universal. Sería ahora el propio Género Humano en todo su esplendor el que justificaría su propia degradación a la categoría de rebaño. El buen juicio, las Luces, los buenos criterios no eran sino las nuevas armas dialécticas de los rancios curas de antaño. La célebre consigna ilustrada, pasó a sustituir la palabra emanada de Dios, pero la emanación en sí continuó su curso y las nuevas ideas eran igualmente comparables al hedor que emana de la mierda como sola realidad única y radical. Y el problema de la invisibilidad se mantuvo. La cara de un monarca resulta siempre algo problemático, porque a diferencia de la cara de Jesucristo, no es algo inmutable. Envejece, suda, estornuda y muere como todas las caras. Y eso es un problema.

Fue entonces cuando la Modernidad se dio cuenta de que la Historia la llamaba a gritos. Era precisa con urgencia, la legitimación más universal y más radical posible sin recurrir a nada trascendente. Qué mejor idea que la eterna y omnipresente nación. Pues bien, aquí tenemos la nueva idea absoluta de la que pasó una vez más a emanar el poder, de igual forma que tantas cosas emanan de la mierda. Parece que tan solo es posible llegar a conclusiones volátiles de las cuales emanar la injusticia de una casta poderosa.
El dolor tan grande que supone llegar a la materialización de la democracia para las clases poderosas se alivia teniendo en cuenta que sólo estamos sustituyendo a Dios por la Constitución, a la Razón por la Nación y a la voluntad personal por algo tan abstracto como la voluntad popular, que se refleja en la persona de los nuevos poderosos. Qué felicidad para sus espíritus intranquilos.”